Jesús nos enseñó a vivir la fe en comunidad y a amar a nuestros prójimos. Sabiendo lo difícil que es para nosotros lograr esto, nos dejó dos Medios de Gracia, es decir, dos formas en las cuales Dios actúa en nosotros. Hablamos de los 2 Sacramentos: el Santo Bautismo y la Santa Cena. Los Sacramentos son dados por Dios para sellar en nosotros su promesa del perdón de pecados y de vida eterna por medio de la fe en Jesucristo. En los Sacramentos se unen al menos 4 cosas:
- un mandato y promesa de Jesús en la Biblia
- un elemento visible (agua; pan y vino)
- un elemento invisible (la gracia de Dios)
- la fe de la comunidad
Acorde con las Sagradas Escrituras, Lutero encontró que la forma en que Dios más se entrega a nosotros es a través de los mandatos del mismo Jesús:
- «Vayan y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19).
- «Tomen, coman y beban, esto es mi cuerpo…» (Mateo 26:26).
El Santo Bautismo
En el Bautismo a través del agua, Dios nos hace hijos suyos sólo por su amor infinito y sella en nosotros su salvación. En el Bautismo Dios nos promete el perdón de los pecados y la vida eterna por medio de la muerte y resurrección de Cristo. Todos los bautizados y bautizadas formamos la Iglesia de Cristo o “Comunión de los Santos”, ya que en el Bautismo somos hechos santos (todos por igual, sin existir nadie más “santo” que otro). Es en el Bautismo que Dios nos da la fe por medio del Espíritu Santo. Luego esa fe será la que nos conduzca hacia la vida en Dios que cada uno vivirá mientras va creciendo. Como es Dios quien actúa en el Bautismo por medio de su promesa y su Espíritu –y no nosotros– la Iglesia Luterana bautiza desde la primera edad, de los bebés. Siguiendo las palabras de Jesús: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan» (Mt 19:14), creemos fundamental y necesario el bautizar a los niños y bebés, ya que de modo contrario, estaríamos negándoles la gracia de Dios que reciben a través del Bautismo, y que no depende de nuestra razón o comprensión del Sacramento, sino de la gracia que Dios quiere darnos a través del mismo Sacramento. El luteranismo insiste en la práctica tradicional del sacramento del Bautismo infantil para que la gracia de Dios ilumine al recién nacido. El Bautismo significa amor incondicional de Dios, que es independiente de cualquier mérito intelectual, moral o emocional por parte de los seres humanos. Jesús vino al mundo para que los hombres «tengan Vida y la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Él nos dice que esa vida es una novedad tan radical, que para poseerla es preciso «nacer de nuevo». Sólo el que renace «de lo alto» por el «agua» del Bautismo y por la acción del «Espíritu» puede participar de la Vida de Dios (Juan: 3:3-5). En la primera fiesta cristiana de Pentecostés se cumple el anuncio profético de la venida del Espíritu Santo: «Derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres». (Joel 3:1). Este bautismo «en el Espíritu Santo» (Lucas 3:16) es el acta de nacimiento de la Iglesia, el Pueblo de la Nueva Alianza de Dios. El Espíritu Santo de Dios ha penetrado en cada cristiano por medio del Bautismo y sellado en él la promesa de Vida Eterna. Finalmente Creemos en un solo Bautismo en nombre de Dios Trino para los cristianos, el cual es indivisible e irrepetible.
La Santa Cena
En la Santa Cena, Comunión o Eucaristía, el pan y el vino son, a los ojos de la fe, verdadero cuerpo y verdadera sangre de Cristo que nos fortalece en la fe y en la comunión con Dios. Cada vez que compartimos la Cena del Señor, entramos en contacto con Jesucristo resucitado y recibimos el perdón de los pecados que nos hace aptos para la salvación por fe en Él. El mayor amor de Dios se manifiesta en la comunidad cuando ésta se reúne alrededor de su mesa y recibe su gracia. Como la Santa Cena es un don dado por Dios, nosotros creemos que la mesa es abierta y que toda persona bautizada que crea que ese pan y ese vino son el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor, debe ir y recibir el Sacramento, sin importar si es o no miembro de la iglesia. Al ser éste un regalo de Dios, que nos es dado sin merecerlo, no debemos pensar que se ofrece a personas “perfectas”. El Sacramento es para los pecadores y no para los perfectos. Mientras más pecado hay en nosotros, entonces más necesitamos del cuerpo y la sangre de Jesucristo, que nos fortalece e ilumina en el infinito amor de Dios.
En la celebración luterana de la Santa Cena tanto el pan como el vino son recibidos por todos los comulgantes. A diferencia de otros grupos protestantes, los luteranos proclaman la Presencia Real de Cristo “en, con y bajo” los elementos del pan y el vino en la Eucaristía, creencia basada en la promesa que el propio Jesucristo hizo en la institución de la Sagrada Comunión cuando dijo: «Este es mi cuerpo» y «Esta es mi sangre» (Mt. 26, 26-28).
Los Sacramentos son el regalo que Dios nos dejó en Jesucristo. Nosotros sólo los recibimos por fe, junto a la Comunidad que se reúne en su Nombre. No hacemos nada más que presentarnos humildemente ante Dios; es Dios quien actúa regalándonos su amor y dándonos esperanza en un presente y un futuro de comunión eterna con Él y con nuestros hermanos y hermanas en la fe.
Teología Sacramental Luterana
Como ya dijimos, existen 2 Sacramentos dentro de la tradición luterana: el Santo Bautismo y la Santa Cena o Eucaristía. Ambos Sacramentos son ritos instituidos por Dios, mediante los cuales se le confiere al ser humano la gracia divina por medios de elementos visibles (terrenales) e invisibles (divinos). Dios instituyó los sagrados Sacramentos para conferirle a los seres humanos, la gracia renovadora.
El Bautismo tiene al agua como elemento visible y la gracia ofrecida y conferida por el agua, que es un lavamiento espiritual es el elemento invisible. Mediante el Bautismo, el hombre se encomienda a Dios y por medio de éste, Dios nos ofrece su gracia.
En el sacramento de la Eucaristía los elementos visibles son el pan y el vino, mientras que los invisibles son el cuerpo y la sangre de Cristo que nos son entregados por medio del pan y el vino. Con el Bautismo se enciende la fe en nosotros en un nuevo nacimiento en Cristo, y en la Eucaristía, confirmamos y fortalecemos esa fe en comunidad. Estos elementos son llamados medios de gracia y en cuanto son instituidos por Dios, no dependen de la fe del hombre ni de quién la administre. La fe del hombre no puede hacer ni desaparecer los dones divinos entregados por Dios por medio de estos sacramentos. Tenemos entonces que el ser bautizado en nombre de Dios significa ser bautizado por Dios mismo y no por el ser humano, es por lo tanto una obra de Dios mismo. El Sacramento del altar (Eucaristía) es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre (con-substanciación) de nuestro Señor Jesucristo, que está en y bajo el pan y el vino, que la Palabra de Cristo nos ha ordenado comer y beber a nosotros los cristianos. Cuando Jesús dice “toman y coman…”nos ofrece y promete el perdón de todos los pecados, aunque esto no podrá ser recibido sino mediante la fe. Más tarde, con la Confesión de Concordia en 1577 se hablará de: en, bajo y con el pan y el vino. De esta manera se resaltan más aun los dones y virtudes de este sacramento y la verdadera presencia de Cristo en él. Y cuando Jesús dice “por vosotros dado y derramada…” nos explica que es para que la aceptemos, disfrutemos y usemos. Quien escucha tal cosa y cree que es verdad, ya lo posee.
Entonces, todo Sacramento debe cumplir con al menos estos 3 requisitos:
- el sacramento o signo,
- la significación del mismo y
- la fe en ambos.
El sacramento debe ser exterior y visible en forma física; el significado debe ser interior y espiritual, y la fe ha de unir a ambos para su uso.
Dios nos da el Sacramento (Eucarístico) diciéndonos que a pesar de nuestro pecado, Él está con nosotros, nos acompaña en el camino de la vida (Hch. 9:19). Cuando un problema nos acongoja, Dios nos ofrece acercarnos confiados al sacramento para descargar la pena en la comunidad y buscar auxilio en el amor de Cristo. Asimismo carga uno también con las penas de la comunidad, recibiendo así, todos juntos, el amor y perdón de Cristo (Gál. 6:2). Cristo lleva nuestras cargas así como nosotros tenemos que llevar la carga de nuestros hermanos y hermanas (Mt. 26:26-28), de tal manera que uno sostenga a todos y todos lo sostengan a uno, poniendo todas las cosas en común, tanto lo bueno como lo malo. Como se puede apreciar, los Sacramentos tienen marcada una fuerte relación entre Cristo y la comunidad. Dichos Sacramentos deben estar siempre en un contexto comunitario y abierto. La teología luterana pone mucho énfasis en este tema, ya que uno no puede sostenerse solo, más todos juntos en comunidad sí pueden ayudarse mutuamente y confiarse todos juntos en Cristo. Observemos que cuando Cristo instituye estos Sacramentos habla en plural, de lo cual entendemos que no debemos llevarlos a cabo solos sino que dentro de un marco comunitario. En este sentido, la Eucaristía tiene mucha importancia, ya que está dirigida a nosotros como comunidad, no en una relación personal yo-Cristo o yo-Dios, sino que este nuevo pacto que Cristo hace nosotros en su Comunión, implica que también tenemos que hacer comunión entre nosotros. Así como hacemos comunión con Él, la aplicamos con la comunidad. Esto significa, que hay un envío de Cristo a hacer “comunidad” y que la “relación vertical” con Él (yo-Cristo), tiene que transformarse en una “relación horizontal” con mis hermanos (comunidad-Cristo-yo). Sólo de esta manera podemos recibir a Cristo y ayudarnos mutuamente en la fe, tratando de entregar nuestras vidas, tal como Cristo lo hizo con nosotros.
La Eucaristía es dada para todos los que sentimos sufrimiento y la tentación del pecado, para todos los que necesiten consolación; no le sirve a los que no sufren ni sienten su desdicha, en cuanto el Sacramento fue dado para nuestro bien y fortalecimiento en la fe. Dios sacia solamente a los hambrientos y angustiados (Lc. 1:53). Citamos una explicación que Lutero hace con respecto a este tema y a la enseñanza del Sacramento:
“Para que los discípulos llegasen a ser dignos y aptos para este sacramento los entristeció [Jesús] previamente, anunciando su despedida y muerte, por lo cual sintieron pena y congoja. Además los asustó fuertemente diciendo que uno de ellos lo traicionaría. Por cuanto estaban colmados de aflicción y angustia, y acongojados por el dolor y el pecado de la traición, eran dignos; y dándoles su santo cuerpo, volvió a fortalecerlos. Con eso nos enseña que este sacramento es fuerza y consuelo para los afligidos y los angustiados por los pecados y los temores.”
Tal como los componentes que hacen el pan y el vino sufren una transformación, así también debemos nosotros, mediante el amor, sufrir una transformación; hacer nuestros los defectos de los demás, tomando sobre nosotros su forma y sus necesidades, y así lo harán también con nosotros el resto de la comunidad. Esta transformación del elemento visible es tal, que el pan y el vino se transforman realmente en cuerpo y la sangre de Cristo, lo que trae consigo que recibamos las virtudes y dones de la gracia de Cristo y sus santos; éstos últimos nos convocan a todos nosotros. Dentro de la teología luterana se explica que todos somos santos y que no hay diferencia alguna entre nosotros a los ojos de Dios. Todos somos santos en cuanto Dios nos santificó con su gracia mediante el Santo Bautismo. La Eucaristía es un signo divino en el cual se promete, da y entrega a Cristo con todas sus obras, sus sufrimientos, méritos, gracias y bienes, para la consolación y el fortalecimiento de cuántos vivan en angustias y congoja, quienes sienten el pecado y el mal. Es por esto que recibir el Sacramento no es otra cosa que anhelar todo esto y creer firmemente que así sucederá; esto implica entonces, que ante el Sacramento debemos tener una convicción de fe.
La fe es donde se sujeta nuestra fuerza. No basta con saber el significado del Sacramento, sino que también debemos creer firmemente que hemos alcanzado lo que Cristo nos promete, para así recibir su don de gracia y perdón. No tiene importancia alguna el cómo un pedazo de pan o un poco de vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo o pueden tener a éstos contenidos, mas todo esto se lo encomendamos a Él. El Sacramento en sí mismo es parte de los mysterion de Dios (del griego que significa misterio). Son entonces los Sacramentos los misterios sagrados del cristianismo y las ordenanzas más sagradas de nuestra confesión.
Debemos ejercitar y fortalecer nuestra fe para que cuando estemos tristes y atribulados, tomemos el Sacramento de manera que anhelemos el cambio que éste implica, sin dudar que así sucederá. He aquí el misterio de la fe, el creer lo que no vemos y dejar nuestra vida a Cristo. Es por esto que debemos tomar el Sacramento lo más seguido posible, como práctica y fortalecimiento de la fe dentro de nuestra comunidad; recordemos que es para esto que el Sacramento fue instituido. A Dios le importa que ejercitemos la fe en su comunión y en la de sus santos para que conforme a su comunión, también practiquemos adecuadamente nuestra comunión como seres humanos.
A modo de resumen, podemos decir que la Eucaristía es comunión y amor que nos vigorizan contra todo mal que nos someta, con la cual disfrutamos de la presencia real y los dones de Cristo, y así también, disfrutamos de nosotros mismos en cuanto juntos en comunidad recibimos su gracia divina.
Todo sacramento será siempre, tal como su nombre lo dice, un misterio, pero eso no nos quita la fe en las promesas de Cristo al instituirlos. La Eucaristía nos ayuda a fortalecer esa fe misteriosa que Dios nos da y nos acompaña en comunidad por el camino de sus enseñanzas y por el de nuestras vidas. Luchamos entonces, todos juntos, por mantener la comunidad en Él y por cumplir sus ordenanzas. De aquí que siempre es provechoso que tal como vamos elaborando teologías que den respuesta a nuestros contextos actuales, así debemos también estudiar nuestras confesiones y Sacramentos para no pierdan su significado ni implicancia. Cada día debemos reforzar los conceptos de los Sacramentos en sí, dándonos cuenta de su vital importancia dentro de nuestra vida cristiana en comunidad. Nos quedamos entonces con las palabras de Lutero:
«Tratemos que el sacramento sea obra utilizable y que agrade a Dios, no por su esencia en sí, sino por nuestra fe y buen uso».